Por antonio tapia garcia
Monday 8 july 2013
Comienza la predicación publica de Jesús, proclamando la inminencia del Reino
de Dios: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”. El Reinado de Dios sobre los hombres es el tema central de la Revelación de Jesucristo. A
través de su predicación, el Señor irá explicando el significado de
estas palabras, que luego nos quedan a través de los evangelios. Este
Reino de Dios, es muy
diferente al que pretendían los judíos, ya que el Señor lo va a
situar en “el plano del amor y de la santidad”
El mensaje central es el Reino de los Cielos, el Reino de Dios. Para
ello, el
Señor nos llama a la CONVERSIÓN, palabras que muy repetidamente
escuchamos, sobre todo en la época de Cuaresma y de la Semana Santa. ¿
Pero que es la conversión?. Muchas veces
pensamos, equivocadamente, que la conversión solo es aplicable a
quienes no creen, a quienes no conocen a Jesús, a quienes no están
bautizados; pero afirmar
esto sería quedarse a medio camino. Convertir también es cambiar,
es pasar dela vida de pecado a la vida de la gracia. Por eso Jesús nos
llama a la
Conversión; del cambio de una vida atada a las apetencias humanas al
de la opción por Dios, que es quien debe ocupar en primer lugar todo
nuestro ser.
Convertirse, es pues, optar por Dios; como lo hizo el hijo de la
parábola. Y
ciertamente, este cambio comienza a través del Sacramento de la
Penitencia, donde Jesús nos espera con deseos de perdonar; con deseos
infinitos de abrazarnos como el padre de la
parábola del hijo pródigo: con ternura de madre y abrazo de padre. Si
los deseos de Dios, hacia el pecador fueran otros, este sacramento no
habría sido
instituido por Jesús y en la prueba de la existencia de este Sacramento, se demuestra el infinito deseo de Dios de perdonar todos nuestros pecados,
por vergonzosos e ignominiosos que estos sean. “Si vuestros pecados son rojos como la púrpura, Yo los volveré blancos como la
nieve” nos dice el Señor.Y este paso en nuestra
conversión, en nuestra opción por Cristo, sería a medias, sino no
utilizáramos este otro vehículo imprescindible para la
Salvación, el de la Eucaristía, a través del cual nos unimos a Jesús en un eterno abrazo.
Con
el sacramento de la Penitencia, el Señor me abraza y me perdona, me
muestra su gran amor de Padre; con el sacramento de la Eucaristía,
pasa al alma del comulgante, que antes había sido, posiblemente,
cueva de ladrones
y recinto de maldad. Y va obrando en el comulgante, como el alfarero
obra en la masa, hasta darle la forma que a él le gusta; así el Señor
va obrando en nosotros, hasta que se cumplan aquellas palabras del Monte de las Bienaventuranzas: Sed, pues, vosotros perfectos como
vuestro Padre Celestial es perfecto”; es decir hasta hacernos alcanzar la santidad a la que hemos sido
llamados.
Y nuestra conversión, y por tanto nuestro avance hacia el Reino de
Dios,
habrá de ser a través de la oración, por la cual nos unimos en
íntimo dialogo amoroso con nuestro Padre Dios, con su Hijo Jesús y con
nuestro Santificador, el Espíritu Santo. Penitencia, comunión y oración,
la base firme sobre la que hemos de edificar la fe que un
día recibimos en el Bautismo, que hemos de poner en camino y que nos
harán levantar en nuestras caídas, que las tendremos y tal vez fuertes,
muy fuertes; pero el amor de Dios es mas fuerte que
las caídas que tengamos o podamos tener; y por ello siempre vencerá el Amor de Dios en nosotros, porque ahí está con la mano extendida para
salvarnos, para que nos agarremos a ellas sin vacilación y sin miedo.
Y nuestra Madre y abogada nuestra, la siempre Virgen María estará a
nuestro
lado, si así se lo pedimos, para ayudarnos y para defendernos en
esos momentos oscuros para el alma que aparecerán en nuestro caminar por
la vida hasta que llegue el día que Dios nos llame a su
presencia. ¿Podemos pedir más?.
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