¿Crees que meditar es algo exótico para gente vegetariana que no se
enrolla con el futbol?
¿Acaso piensas que para meditar necesitas un lago, un templo o estar a
solas en casa?
¿Piensas que los que meditan pasan
del sexo y viven en una mojigata idealización?
¿Qué está pasando en el
mundo occidental con respecto a la llamada “meditación”? Si bien en el siglo
pasado era cosa de unos pocos “colgados” que sintonizaban con ese lejano
Oriente, ahora por el contrario comienza a ser algo cotidiano en empresas,
aeropuertos, editoriales, centros comerciales, y en toda clase de ofertas
culturales de crecimiento personal. Y aunque esto es una realidad social de
crecimiento vertiginoso, merece detenerse unos minutos y clarificar algunos
engaños que circulan respecto a la misma.
Por de pronto la llamada meditación debería cambiar de nombre y ser más
bien conocida como ”contemplación”.
En realidad la meditacion no es reflexionar, ni dar vueltas a las cosas,
o averiguar mediante el uso del pensamiento. Así pues contemplar es una
práctica de atención plena al momento presente, es decir, hacerse plenamente
consciente de las sensaciones, emociones y pensamientos que circulan ahora por
el campo de percepción.
Esta práctica de la observación que incrementa el silencio interior, es
decir un silencio que se parece al apaciguamiento y quietud, está tan mal
entendida que, en general se piensa que para meditar correctamente “hay que
dejar la mente en blanco”, cosa que de creerse así, puede torturar al
principiante que termina por calificar a la misma de “misión imposible”.
Aclaremos que una cosa es observar los pensamientos y darse cuenta de que pueden brotar
espacios vacíos entre cada uno de ellos, y otra cosa buscar ese vacío como
objetivo meditativo.
La práctica de la
contemplación es todo un regalo que la milenaria sabiduría ha legado a este ser
humano tan profundamente desorientado en los vericuetos del pensamiento y la
memoria como el de nuestra actual civilización.
¿En que se basa esta
afirmación? En algo clave y al mismo tiempo desconocido para la realidad
ordinaria: el pensamiento no
es el camino de encuentro con la verdad, ni tampoco es referencia de sabiduría.
El pensamiento no crea lo
Nuevo, sino que más bien se construye y alimenta de la memoria, es decir de
“materia muerta”, al estilo fotocopia, es decir nada creativa ni espontánea. El
pensamiento crea el tiempo, y discurre entre los estrechos e ilusorios cauces
del pasado y el futuro.
Tanto el pensamiento
como la información son lo que todavía moviliza a una sociedad prisionera de la
lógica y la razón, una sociedad dormida en un “pienso luego existo”. En realidad
el pensamiento no trabaja en
el plano de la Realidad sino más bien en una vigilia que tan solo cuando
trasciende es considerada como un sueño de ilusoria realidad.
El pensamiento se
desenvuelve en un estado mental tan limitado como separativo y dualista, un
estado subóptimo que tan solo resulta útil para controlar y deducir aspectos
técnicos de la existencia.
A poco tiempo, que se investigue se reconocerá
que el pensamiento no es la herramienta adecuada para crear, para amar, para
sentir la belleza, para descubrir la verdad, ni para satisfacer la necesidad de
comprensión que anhela el ser humano en proceso de despertar.
Es por ello que conforme se evoluciona, se siente la necesidad de
descubrir un nivel más allá del mismo, un nivel desde el que vivirse sintiendo, creando,
comprendiendo, amando y confiando desde una conciencia de unidad.
Y para atravesar este plano de la esfera pensante y entrar en una
percepción tan creativa como multinivel, la práctica de la meditación es un
auténtico turbo, una herramienta sin ideologías a las que adherirse ni
religiones a las que afiliarse.
La meditación aunque se realiza desde la no intención ni el deseo de sus frutos, se sabe que abre suavemente el
melón de la cabeza pensante. Una apertura que permite el acceso a un nivel de consciencia desde el que vivirse en un
presente continuo, un presente en el que no cabe el sufrimiento ni la tiranía
anímica de la anticipación y el recuerdo.
Un nivel de consciencia que visto incluso desde una perspectiva
pragmática, tiene tantos beneficios que incluso los jóvenes “tiburones” de Wall
Street están comenzando a practicarla.
Y aunque todavía muchos de ellos la han incorporado en sus vidas con la
esperanza de no estresarse, así como de acceder a espacios de genialidad,
también cuentan con la temprana expectativa de tener más energía para hacerse
ricos.
En este orden de
cosas, el silencio es el
gran camino para ahondar en la observación y el discernimiento.
De hecho, de no pasar varias horas al día en silencio, se corre el
peligro de desconectarse del alma que nos mantiene en la cordura del corazón.
Esta práctica continuada propicia asimismo el nacimiento de una
identidad profunda e inafectada que puede ser denominada como Observador o
Testigo.
Un observador o identidad esencial que se vive como centro de percepción
neutro y ecuánime, un Testigo que no se identifica con la corriente de
pensamientos, sentimientos y sensaciones, a las que percibe pasar sin
intervenir ni juzgar.
A este este nivel supramental o
transpersonal se accede más fácilmente con la práctica de esta milenaria
técnica de la contemplación, una técnica que en general comienza a iniciarse en
los recintos especializados, y termina por llevarse a la vida cotidiana
en el caminar por una acera, pelar una cebolla, consultar un programa bursátil,
abrazar con pasión o sin ella… en realidad la diferencia entre el estado mental ordinario y el estado
contemplativo, es que mientras
en el uno se vive automáticamente, en el otro se vive de forma consciente y en
sostenida presencia.
¿Todavía condicionaremos el logro de
la paz y la alegría a la llegada de algo?
¿Es ya llegado el tiempo de
reconocer que la salida de esta locura está justo más adentro?
La llamada meditación ….
por José María Doria
Fuente: http://www.facebook.com/JoseMariaDoria
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